Si hiciéramos una lista de las enfermedades mentales más
raras, entre las que estarían en lo más alto estaría el síndrome de Cotard. Se
llama también síndrome del zombi, delirio de negación y alucinación nihilista.
El síndrome del zombi se produce cuando una persona cree que
ha muerto, que no existe, que su alma le ha abandonado, su cuerpo está
pudriéndose, que ha perdido un órgano vital o toda la sangre. Según V.S.
Ramachandran el síndrome de Cotard “es una enfermedad en la que un paciente
afirma que está muerto, clamando que huele a carne podrida o que tiene gusanos
deslizándose sobre su piel”. Se ha relacionado con otros trastornos del sistema
nervioso como la esquizofrenia, la depresión o el trastorno bipolar. Algunas
personas con este síndrome pierden el contacto emocional con el mundo y pueden
tener comportamientos suicidas porque al estar “muertos” nada cambia si ponen
en peligro su vida y se consideran inmortales.
Fue descrito por Jules Cotard, un neurólogo francés, en
1880. La primera paciente fue una mujer de 43 años que decía no tener “ni
cerebro, ni entrañas, ni tórax, ni entrañas, tan solo piel y huesos”. Cotard concluyó que este trastorno era una
variante de un estado depresivo exagerado
mezclado con una melancolía ansiosa. Tras su descubrimiento, muchos
médicos se referían a él como el “delirio de Cotard”.
No se sabe cómo se inicia y parece que hay dos niveles
distintos, en uno afectaría más a la imagen corporal, el cuerpo está muerto, en
otro a la imagen espiritual, el paciente ha perdido su alma. No es solo una
rareza, es algo que nos abre una puerta a algunos de los temas más importantes
de la Neurociencia. ¿Por qué sabes que estás vivo? La primera respuesta es
mirarnos en un espejo o intentar vernos como nos ven los demás, desde fuera.
Movemos una mano porque si podemos hacerlo –explicamos- es porque estamos
vivos. Pero esa información solo llega por nuestra consciencia, por la
información que nuestro cerebro recoge del exterior y el interior y si esa integración
de información, pensamientos, memoria fallase, quizá no sabríamos si estamos
vivos o muertos. Cuando hablas tomando un café sobre estas “historias” te
preguntan cosas sobre si esas personas llegan a casarse, si piensan que tienen
una tumba, si van a visitarla, si se nace con este síndrome,… Al mismo tiempo
es interesante cómo nos afecta a los que estamos sanos y nuestra incomodidad al
pensar cómo demostrar que es verdad, que no sufrimos una ilusión, que realmente
estamos vivos. La consciencia de los humanos es una de nuestras capacidades más
misteriosas. No sabemos dónde reside, no sabemos cómo funciona, peo sabemos que
es la única explicación de que sepamos que “yo soy yo”. Y estoy vivo.
Las personas con síndrome de Cotard tienen algunos cambios
llamativos: se desconectan visualmente, no tienen memoria emocional de los
objetos ni del mundo que les rodea. Se piensa que en el síndrome de Cotard
intervienen distintos componentes cerebrales. Por un lado estaría la amígdala,
que está asociada con las respuestas emocionales, con las secreciones
hormonales, con las respuestas del sistema nervioso autónomo asociadas con el
miedo o con el llamado “arousal”, un término de difícil traducción que
implicaría alerta, excitación, interés. La amígdala y sus conexiones con el
hipocampo intervienen en el aprendizaje, la memoria y las emociones. Estas dos
partes del sistema límbico colaboran con el septo y los ganglios basales. Se
dice que el sistema límbico sería el centro de control de las pequeñas cosas
que dan sentido y satisfacción a la vida. La amígdala sería el guardián de las
emociones, de nuestras respuestas asociadas a ellas y de nuestra razón
preferida para estar vivos, la excitación, las cosas que nos hacen animarnos y
estimularnos.
Los zombis tienen una imagen pública desastrosa. Su aspecto
es bastante desagradable, andan con dificultad, los brazos extendidos y
haciendo ruidos guturales y su mayor interés parece ser perseguir adolescentes
y jovencitas, preferentemente norteamericanas. En esto último se parecen a
algunos de mis estudiantes. Pero el significado de un zombi es mucho más
profundo que esas tonterías con que nos entretienen en nuestras pantallas y ese
ser forma parte de la cultura vudú. La palabra probablemente viene del vocablo
“nzambi”, que significa “espíritu de una persona muerta”. En realidad, los
zombis supuestamente son humanos sin alma.
En las ceremonias haitianas de vudú se utiliza un “polvo
zombi” que según Wade Davis, antropólogo, botánico y etnólogo de Harvard podría
ser una neurotoxina poderosa que bloquee las terminaciones nerviosas. Existe
una especie de avispa que inyecta tetrodoxina en los cerebros de cucarachas,
después la avispa guía a la cucaracha (drogada por la neurotoxina) a su
guarida, donde planta sus huevos en el abdomen de la cucaracha. La inyección
intra cerebral hace que la cucaracha no se mueva (hipoquinesia) y cambie su
metabolismo para almacenar más nutrientes. Todo ello, para que cuando las crías
de la avispa nazcan tengan comida y devoren a
la cucaracha que, por cierto, está viva durante todo esto. Esto sí es
una historia de terror y no “Zombis en Broadway”.
El vudú es una religión, una visión espiritual sobre el
mundo de gran complejidad. Parte de ideas religiosas de origen africano,
transportadas a América en la época de la esclavitud y que recibió la
influencia de otras tradiciones y creencias, incluido el cristianismo. El vudú
se basa en una relación dinámica entre el mundo físico y el mundo espiritual.
Los vivos dan lugar a los muertos, los muertos se transforman en los espíritus
y los espíritus encarnan las múltiples expresiones de lo divino. Cada ser
humano tiene tanto un cuerpo físico como un alma o espíritu y en la muerte los
dos se separan. El espíritu se aparta y debe ser reclamado ritualmente por un
sacerdote en una ceremonia un tiempo después, un año y un día normalmente en
Haití. En los rituales vudú, los espíritus pueden ser convocados y respondiendo
al poder de la oración, el alma de un ser vivo puede ser temporalmente
desplazado de forma que el ser humano y Dios se convierten en uno. Es la
posesión espiritual, el momento supremo de la gracia divina. Según los
haitianos, nosotros vamos a la iglesia y hablamos sobre Dios, quizá con Dios.
El practicante del vudú baila en el templo y se convierte en Dios.
Si no fuera por el vudú, es posible que la historia del
mundo hubiera sido radicalmente diferente. En una ceremonia vudú en Haití en
1791 se produjo un grito de libertad. El sonido de una concha marina fue la
señal que inspiró a los esclavos haitianos a rebelarse contra los dueños
franceses de las plantaciones de caña y de café. Es el único caso en la
Historia de una revolución de esclavos que tuvo éxito y consiguió la libertad y
el dominio del país.
En la cúspide su poder, Napoleón preparó la mayor armada que
ha salido nunca de los puertos franceses. Su misión tenía dos partes: aplastar
la revuelta de los esclavos haitianos y navegar río arriba el Misisipí para
volver a establecer un dominio francés sobre los territorios que treinta años
antes, en el tratado de París, se habían convertido en la Norteamérica
británica. Los patriotas haitianos detuvieron la fuerza expedicionaria francesa
que nunca llegó a Nueva Orleáns y Napoleón decidió vender la Louisiana y
olvidarse del subcontinente. Si no fuera por aquellos creyentes en el vudú, es
posible que el idioma materno del presidente de los Estados Unidos fuera hoy el
francés.
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